
Había una familia de osos que vivía en una acogedora cabaña de madera ubicada en un denso bosque de abetos. Papi oso, mami osa y el osito Bruno eran muy felices. El bosque les proporcionaba todo lo que necesitaban.
Papi oso construía hermosos muebles de madera en su taller detrás de la casa. Era un oso muy habilidoso. Casi siempre construía mesas y sillas, pero podía hacer cualquier cosa que los demás habitantes del bosque necesitasen.
Mami osa pintaba sus creaciones con hermosos colores y amorosamente las decoraba con bonitos patrones.
Todos los animales apreciaban su trabajo y le hacían muchos pedidos a lo largo del año, especialmente antes de Navidad. A Bruno no le importaba el ajetreo y hasta le permitían ayudar si quería.
Todas las mañanas, Bruno iba a la escuela de osos. Durante sus clases, soñaba despierto con ser carpintero y trabajar con papá oso en el taller. Papi oso le había dicho que ya era muy bueno trabajando madera y que pronto sería capaz de trabajar en el taller.
Una tarde, Bruno y papi oso deambularon por el bosque recogiendo leña.
—¡Mira, Bruno! —dijo papá oso. El bosque está demasiado seco este año. Aun cuando el clima cálido ha sido agradable, este verano fue demasiado caliente y no llovió lo suficiente. Eso no es bueno para nuestro bosque.
Bruno no entendió la preocupación de papi oso porque pensaba en los muchos días en los que alegremente jugueteó y retozó en el bosque hasta altas horas de la noche gracias al buen clima.
Un día particularmente caluroso, mientras Bruno regresaba de la escuela, muchos animales corrieron repentinamente hacia él. Uno gritó frenéticamente: «¡Hay un incendio! ¡Hay un incendio! ¡Corre!».
Bruno corrió detrás de ellos. Había visto mucho humo y grandes llamas. Comenzando a percibir el olor acre del humo, continuó corriendo hasta que ya no supo dónde estaba.
Afortunadamente, esa noche llovió muy fuerte, empapando a los animales y extinguiendo el fuego. Al día siguiente, todos empezaron a buscar formas de regresar con sus familias.
Bruno no podía dejar de pensar en sus papás. Estaba muy preocupado y quería encontrarlos lo antes posible, pero el bosque lucía diferente por causa del fuego y no sabía a dónde ir.
Primero se encontró con una familia de conejos quienes le ofrecieron pasar la noche con ellos, pero Bruno no cupo en la pequeña madriguera.
«Tal vez quepa en el cubil de los zorros», pensó Bruno mientras se unía a un grupo de ellos. Pero tampoco cupo en su casa.
Lo intentó con la familia de los erizos, los tejones y hasta con los lobos, pero no cabía en ninguna parte. Pasaron muchos días y continuaba buscando su hogar y dónde quedarse.
Bruno pronto notó que las últimas hojas caían de los árboles. Sabía que el invierno no estaba lejos.
En tan solo unos días, empezó a hacer mucho frío y Bruno desesperadamente necesitó un sitio en el que dormir. Muchos animales habían encontrado a sus familias nuevamente. En el fondo de su corazón, esperaba que sus padres también lo estuviesen buscando y que hubieran sobrevivido al incendio forestal.
Bruno recordó que papi oso decía que uno nunca debe rendirse y que siempre existe una solución.
Justo entonces, el osito Bruno se dio cuenta de que podía usar sus habilidades como carpintero para construir un refugio para sí. Empezó a recoger palos viejos y ramas del bosque, y se encargó de construir su propio cuartel invernal en el que, de ser necesario, podría mantenerse a salvo y caliente durante la temporada de invierno.
Los otros animales que tampoco habían logrado encontrar sus hogares lo ayudaron. Como se acercaba la Navidad, decidieron mudarse todos juntos a la cabaña de Bruno y hacerla lo más acogedora posible. Bruno deseó que sus padres estuviesen orgullosos de él cuando viesen su casa.
La ardilla quiso un árbol de Navidad, así que el ratón de campo y el viejo erizo la ayudaron a colocar uno. Bruno lo decoró con una colorida cadena de luces y unas estrellas hechas de paja. Lucía hermoso.
Los animales perdidos se reunieron alrededor del pequeño abeto y, juntos, cantaron villancicos. Su concierto podía escucharse por todo el bosque y muchos animales empezaron a acercarse para escucharlos cantar.
Algunos se unieron y llevaban el ritmo con las manos. Otros trajeron deliciosas galletas y té caliente para todos.
Repentinamente, Bruno reconoció dos voces que le eran familiares entre todos los que cantaban en el bosque. Su mamá y su papá habían escuchado el concierto y estaban cantando en voz alta.
Bruno pudo ver que estaban orgullosos de él. Fue un reencuentro muy feliz, pues al fin se habían vuelto a reunir en Navidad.