
En un pequeño reino rodeado por un denso bosque, un rey vivía en un hermoso castillo junto a su única hija. Su nombre completo era Estefanía Madison Abigail Isabel, princesa de Arbórea, pero la mayoría de la gente simplemente la llamaba «Estefi».
Siendo que Estefi era la única hija del rey y dado que la amaba más que a nada en el mundo, él le cumplía cada uno de sus deseos. Era un rey bondadoso y quería que su amada hija creciese lo más feliz posible.
Desafortunadamente, ocurrió exactamente lo opuesto. La princesa Estefi se volvió presuntuosa y malcriada. No era feliz a menos que todos le prestasen atención. Si sus deseos no se cumplían inmediatamente, se enfadaba al instante.
Era grosera con todos los sirvientes, casi nunca les hablaba con oraciones completas. Tampoco era razonable, como cuando exigió helado con fresas frescas en pleno invierno, temporada en la que no es posible encontrar fruta fresca.
En realidad, Estefi era una niña dulce, pero como siempre tuvo todo lo que quería, aprendió a esperar lo imposible y no respetaba el trabajo de las personas. Un día exigió un vestido rosado bordado con diamantes amarillos y al mismísimo día siguiente decidió que el color amarillo no le gustaba, así que ordenó que todos fuesen reemplazados por gemas rojas.
Con el tiempo, la princesa Estefi simplemente se aburrió. Nadie nunca le negó siquiera un deseo. Estefi no podía pensar qué más hacer con su tiempo porque cuantas más cosas deseaba, menos divertido era hacer algo con ellas.
El rey, al notar que su hija se estaba volviendo infeliz y desanimada, ordenó un carruaje dorado para diariamente llevarla a pasear a través del hermoso bosque. El rey esperaba que esto la entusiasmase y que el aire fresco mantuviese sus mejillas rosadas, como corresponde a una princesa.
Un día, Estefi estaba particularmente gruñona. Nada la agradaba: la comida no sabía bien, su hermoso vestido rosado repentinamente le raspaba el cuello y hasta el carruaje dorado no era lo suficientemente cómodo para el camino irregular y lleno de huecos a través del bosque.
Insatisfecha e indiferente, miró por la ventana enmarcada en oro del carruaje. De repente, algo destelló más allá de su ventana. Era una criatura blanca que a su paso dejaba un hermosa y brillante estela como el arcoíris y que rápidamente se apresuró detrás de un árbol. Estefi le ordenó al cochero detenerse y corrió hacia el arco iris, pero este se disipó para cuando lo alcanzó. Con curiosidad, se adentró sigilosamente en el denso bosque.
«¿Qué criatura pudiera haber sido esa?», se preguntó. Estefi nunca había visto algo tan hermoso.
—¡Quiero verlo de nuevo, ahora mismo! —dijo y con un golpe, estampó su refinado pie en el suelo del bosque. —Así era como siempre conseguía todo lo que quería en el castillo.
Buscó detrás de cada árbol, pero nada encontró. Ni siquiera una huella en el barro. Caminó un poco más y divisó un claro bañado por una maravillosa y brillante luz. Allí, parado en medio del claro, estaba la blanca criatura.
¿Era un caballo? Estefi lo comparó con los caballos reales que tiraban del carruaje… No, no era un caballo ordinario. Tenía un gran cuerno blanco en la cabeza que en la luz brillaba como un cristal. La princesa nunca antes había visto una criatura como esa, aun cuando conocía bastante bien muchos de los animales del bosque.
—¿Quién eres? —le habló Estefi al animal que estaba en el claro.
—Soy un unicornio —dijo la criatura. ¡Y estoy perdido! Tu carruaje dorado brillaba tanto bajo el sol que lo seguí hasta aquí.
Estefi notó que el hermoso unicornio estaba triste.
—Se supone que debo reunirme con los otros unicornios, pero no logro encontrar el camino de vuelta —explicó el unicornio.
—¿Cuál es el motivo de la reunión y adónde quieres ir? —le preguntó la princesa Estefi.
—Todos los unicornios regularmente se reúnen en un lugar secreto que ustedes, los humanos, no conocen. Allí, el gran mago instruye a los jóvenes unicornios como yo. Nos enseña cómo ser unicornios y cómo desarrollar el poder para brillar y resplandecer bellamente. ¡En verdad, no puedo atrasarme!
Estefi notó que tenía la boca abierta, deslumbrada por la belleza de esa criatura. Desesperadamente, quiso acariciar al unicornio, pero este se rehusó y la princesa Estefi se enojó.
—¡Este bosque le pertenece a mi padre, el rey de Arbórea! ¡Estás en nuestro reino y tienes que obedecerme! —dijo enérgicamente.
El unicornio palideció.
—Eres muy antipática y grosera, no me agradas. No todas las criaturas tienen que obedecerte solo porque tu padre es un rey. ¡Los unicornios son seres muy pacíficos y amigables!
Después de lo cual, la asombrosa criatura desapareció, dejando tras ella un rutilante rastro neblinoso.
Estefi quedó completamente perpleja. Por primera vez en toda su vida alguien le había desobedecido.
Al regresar al palacio real, exigió que su padre capturase el extraño unicornio para ella.
—Padre, en verdad quiero poseer esa reluciente criatura mágica. ¡Se ve tan maravillosa!
A lo que el rey le respondió: «Querida Estefi, adoraría hacer eso por ti, solo que esta vez no puedo concederte tu deseo. Las criaturas mágicas no pueden capturarse. Es necesario ganarse su consideración».
Estefi se dirigió a su habitación pensativa.
Cada vez que salía al bosque, Estefi visitaba el claro con la esperanza de nuevamente ver al unicornio. Intentó atraerlo con dulces y caramelos, pero el unicornio seguía sin aparecer.
Por la noche, soñaba con cabalgar por el bosque al lomo blanco del del bello animal y que le fuese permitido asistir a las reuniones secretas de los unicornios. No podía dejar de pensar en lo que el unicornio había dicho acerca de cómo todos se trataban amablemente y con respeto.
Una noche, el sueño cambió. Repentinamente, Estefi se vio a sí misma en su sueño gritándole a uno de los sirvientes y siendo maleducada con las modistas. Cuando despertó no pudo volverse a dormir. Reflexionó toda la noche y resolvió, firmemente, ser una mejor princesa.
Al día siguiente, se levantó temprano y se puso el vestido más sencillo que tenía. Bajó corriendo la gran cantidad de escaleras que conducían hasta el comedor y se sentó a la enorme mesa que estaba puesta solo para ella, como siempre. Estefi notó que no estaba hambrienta y se apresuró a la cocina.
—¡Buenos días, Catalina! Hoy no tienes que hacerme el desayuno. Una manzana y un vaso de leche serán suficientes para mí.
El personal de cocina apenas podía creerlo. Estefi agarró la manzana y la leche, y salió de prisa.
Después, se encontró con el cochero, quien ya estaba dando de comer a los caballos y preparándolos para su paseo por el bosque.
—Hola Benjamín, ¿puedo ayudarte a dar de comer a los caballos?
Antes de que Benjamín pudiese responder, uno de ellos le dio un gran mordisco a la manzana de Estefi. Ella se rió y exclamó: «¡Esto es muy divertido!».
La princesa también se encargó de hacerles la vida un poco más fácil a las modistas. A veces trabajaban durante días en los pedidos especiales de la princesa y casi nunca recibían consideración alguna. Estefi había visto un hermoso campo en su última salida y fue a recoger un gran ramillete lleno de coloridas flores para ellas.
«No puedo esperar a ver si les gustan», pensó Estefi.
Luego, como era usual, tomó su paseo diario en carruaje por el bosque. Fue solo cuando ya no esperaba nunca más volver a ver a la magnífica criatura mágica, que el unicornio apareció en el claro. Esta vez se acercó mucho a ella. Podía sentir su polvo de estrellas en su piel y oler su singular aroma a flores. Estefi estaba increíblemente entusiasmada.
El unicornio se arrodilló frente a Estefi para dejarla subir a su lomo. Estefi estaba completamente muda, pero más feliz de lo que nunca había estado. Envueltos en una nube de fino polvo de plata, cabalgaron silenciosamente a través del bosque, como sobre cascos aterciopelados. El unicornio le mostró a la princesa un lago plateado; era el sitio secreto donde los unicornios se reunían. El arco iris detrás del lago se reflejaba en el agua. Era precioso. ¡Estefi sintió como si también ella fuese mágica!
Entendió que permitírsele ir al lugar secreto donde los unicornios se reunían era una gran señal de confianza. Sabía que tenía que guardar y mantener ese secreto con esmero. Fue en ese momento que inició una profunda amistad entre los dos. Amistad que cambiaría la vida de la princesa para siempre.
En el palacio real, Estefi estaba irreconocible. El personal del castillo estaba fascinado por su transformación. Nunca más perdió el temperamento ni tuvo mal genio, cuidaba con mucho cariño a los animales y no volvió a ser maleducada con ningún empleado.
Por supuesto, el rey también notó el cambio en su hija. Sonreía porque estaba orgulloso de ella. ¡Ahora sabía que un día su amada niña se convertiría en una buena reina!
«Casi como por arte de magia…», pensó para sí el rey y sonrió hacia el claro del bosque.