
Incluso desde lejos, podían escucharse las risitas chillonas de la cebra Susana y el suricato Ricardo. Los dos pegaban carreras a través de la hierba seca, levantando polvo y arena en el proceso. Totalmente faltos de aire, corrieron hacia el lugar sombreado donde el león Jasper se había acomodado.
—¡Hola, Jasper! Levántate y juega —dijo Susana.
Jadeando, Ricardo se unió a él bajo el árbol y le preguntó. «¿Qué ocurre esta vez, Jasper? ¿En qué piensas ahora?».
El león Jasper lo sopesó. En verdad no sabía en qué estaba pensando.
—Sigan jugando sin mí. Tengo trabajo por hacer —refunfuñó.
Susana y Ricardo se miraron entre ellos inquisidoramente.
—Pero Jasper, no tienes nada por hacer. Vas a perderte del día si continúas así. ¿Podemos ayudarte con lo que sea que tengas que hacer? Entre los tres podríamos pensarlo —dijo uno de ellos. —Pero el león Jasper no quería aceptar su ayuda.
»¡Los amigos siempre se mantienen unidos! Y si no nos dices en qué estás pensando, te haremos cosquillas hasta que nos lo digas.
Susana y Ricardo se rieron ante la idea de hacerle cosquillas en la barriga a Jasper.
—¡Está bien! Por mi bien, se los diré. Me ocurrió un gran percance. Ayer, al visitar a mi abuela, me puse a jugar a atrapar a mi primo pequeño. Estaba a punto de finalmente pillar al veloz compañero cuando de repente tropecé con la raíz de un árbol. Escuché un crujir y rechinar. Al darme la vuelta, vi la querida tetera de la abuela yaciendo en el suelo rota en mil pedazos.
—¿Se enojó mucho? —preguntó Susana, mirando a Jasper con lástima.
—No, no se enfadó. Dijo que el asunto no era tan grave, pero sé cuánto le gustaba su tetera. —Ahora, el león Jasper se veía más triste aún.
—¡Basta de lamentos! —chilló Ricardo—. Después de todo, debería ser posible volver a componer la notable pieza. Tu abuela no notará ninguna diferencia.
Jasper sacó la bolsa en la que había guardado los fragmentos de porcelana rotos, Ricardo consiguió pegamento y un cepillo, y en un santiamén pegaron la tetera.
—¡Bueno, no parece nueva, pero estoy seguro de que tu abuela estará muy feliz de todas formas! —agregó el suricato.
Susana y Ricardo miraron con optimismo la remendada tetera.
—¡Vamos, acabemos con esto! —rugió el león Jasper, y los tres partieron.
Al llegar a la puerta del jardín, la abuela de Jasper los recibió.
—Hola a los tres. ¿Quieren comer un trozo de pastel conmigo? Aún tengo algunos pedazos que sobraron de ayer. Puedo ofrecerles jugo y también agua.
—¡Me encantaría un poco de té y también traigo conmigo la tetera que combina! —dijo Jasper, sonriendo mientras le entregaba a su abuela la tetera pegada con cinta adhesiva.
—¡Ustedes tres son estupendos! Esta tetera es antigua y perteneció a mi abuela. ¡Gracias por repararla! Y ahora, un trozo de torta. ¡Siéntense!
El león Jasper sonrió y nunca más volvió a estar pensativo.