El gato Leo y la sala de música

El gato Leo y la sala de música

«¡Qué ruido tan terrible! ¡Nuevamente, están interrumpiendo mi tranquila tarde! —pensó Leo, cerrando los ojos y tapándose los oídos con las patas—. ¿Es que acaso un viejo gato no puede disfrutar de su lugar favorito para dormir la siesta en paz?».

Leo se paró con cierta dificultad. Se estiró y bostezó en la repisa de la ventana en la que le gustaba dormitar. Recientemente, su familia había convertido en sala de música la habitación en la que se encontraba el lugar favorito de Leo para hacer la siesta. Habían colocado las sillas en círculo y siempre había alguien practicando con uno de los varios instrumentos musicales que estaban esparcidos por la habitación. El violín era lo que él ya más odiaba.

En realidad, no era nuevo que su familia tocase música. Hasta había una habitación en la casa destinada para tal efecto, pero era extraño que ahora estuviesen practicando en la sala de estar.

Músicos que no le eran familiares a Leo habían comenzado a reunirse regularmente con su familia. Por lo general, le gustan los visitantes, pero esta gente no lo notaban en lo absoluto. ¡Era como si él fuese invisible para ellos! Iban directamente a las sillas y quedaban completamente absortos en su música.

Normalmente, a Leo no le importaba la música hecha por humanos, pero esta cacofonía de sonidos difícilmente podía llamarse música. No había armonía. ¡Era insufrible!

Los ruidos que venían de la nueva sala de música le recordaron de los conciertos gatunos que ocasionalmente acontecían durante la noche en el patio colindante. Cautelosamente, pero en la perfecta seguridad del hogar de su familia, Leo miraría hacia abajo desde el alféizar de su ventana y pensaría en lo feliz que le hacía no estar involucrado en los aterradores bufidos y maullidos de los gatos vecinos.

Imaginaba que los gatos callejeros luchaban por su territorio. ¿Tal vez estaban haciendo nuevas amistades? Leo no estaba seguro. Afortunadamente, nunca estuvo involucrado. En todo caso, hacían ruidos parecidos a los del violín que sonaba en ese momento.

Instintivamente, Leo arqueó la espalda y sacudió la tensión de su cuerpo. Esto siempre le causaba una gran pérdida de pelaje, pero no le importaba. Una enorme nube de pelo flotó a la deriva por la habitación, pegándose en los sillones, la alfombra y los instrumentos musicales.

La familia de Leo odiaba cuando perdía pelo por todos lados. Justo el otro día, Leo escuchó a su madre gritar mientas buscaba frenéticamente un cepillo para pelusas:

—¡De la forma en que Leo muda el pelo, parecería que tenemos un león en la casa! —para después continuar quejándose—: No puedes salir de casa sin antes cepillarte. ¿Alguien ha visto el quita pelusas? —Y luego de haberlo buscado por unos minutos, exclamar—: ¡Está dicho! ¡Voy a agregar diez cepillos para pelusas a mi lista de Navidad de este año!

Leo se preguntaba por qué a su familia no le gustaba su bello pelaje.

Leo llevaba una vida agradable con su familia y la apreciaba mucho, ¡pero esta nueva práctica de la banda en su habitación favorita era simplemente demasiado! Decidió que necesitaba defender su territorio como los gatos en el patio. Quería que su familia y sus invitados viesen lo mucho que lo estaban perturbando.

El día en que la sala estuvo nuevamente llena de gente afinando sus instrumentos musicales, Leo tomó cartas en el asunto. ¡No podía quedarse sin hacer nada y dejar que eso continuase!

Empezó a frotarse contra las piernas de los invitados. Así era como solía cautivar a los visitantes, pero hoy tenía otras intenciones. A medida que se movía alrededor y entre las piernas de las personas, iba dejando más y más pequeños mechones de pelo.

No tardó mucho antes de que alguien se diese cuenta.

—¡Leo! ¿Qué haces? ¿No ves que estamos ocupados haciendo música?

Una mujer empezó a estornudar repetidamente y un hombre solo se miraba la pierna. El trompetista incluso dijo que su instrumento sonaba congestionado. Pero ninguno de ellos dejó de tocar música.

De ahí, que Leo comenzó a cantar realmente fuerte. Le preocupaba que la música ahogara su voz, pero entonces uno de los músicos gritó: «¿Qué le ocurre a tu gato? Es imposible concentrarse aquí».

Su familia se disculpó por su comportamiento.

—No suele ser así —dijo la mamá de Leo, agregando—: No sé qué le está pasando hoy.

Leo estaba aliviado de ver que lo estuviesen defendiendo. Supuso que era una buena señal.

Cuando su familia estaba muy ocupada, a menudo perdía la noción del tiempo. A veces, incluso se saltaban sus horarios fijos de comida, los cuales eran de rigurosa observancia.

Leo, deambuló hasta a su bol de comida empujándolo con su pata para mostrar que era la hora de cenar. El cuenco se volcó provocando un fuerte golpe al caer sobre el suelo de baldosas. Leo, quien normalmente era muy cuidadoso, pensó: «Menos mal que estaba vacío».

Pero incluso el choque del tazón de comida solo llamó la atención de uno de los invitados. Y apenas por un momento.

«¿Cómo haré para detenerlos?», pensó Leo.

Podría fácilmente encontrar otro lugar para descansar. Había muchas habitaciones en la casa, pero Leo no quería renunciar a su habitación favorita así de fácil.

Tuvo otra idea. Las plantas de la casa eran de gran valor y una preciada fuente de orgullo para su familia.

De cuando en cuando, Leo incluso sentía celos de la palmera, el olivo y todos los limoneros porque los cuidaban, podaban y revisaban con regularidad para detectar plagas de insectos. Su padre incluso les hablaba: «Es bueno que se sientan tan cómodos con nosotros. ¿Tienen suficiente sombra?».

A veces, Leo quería gritar: «¡Son solo plantas! ¡A quien debieran cuidar es a mí!».

Ahora se preguntaba si el mordisquear una de ellas podría poner fin a este concierto.

Leo caminó hacia un pequeño árbol que no olía tan mal. También en ese momento estaba bastante hambriento, por lo que era casi tentador. Se montó en el borde de la maceta para observar mejor las hojas, pero justo cuando estaba por extender su pata para asir una rama, perdió el equilibrio y el gran tiesto se desplomó. Como un trapecista, Leo brincó de la macetera que caía y se sujetó de la lámpara que colgaba del techo al otro lado de la habitación.

¡Eso sí que no pasó desapercibido! Todos soltaron sus instrumentos inmediatamente y entraron en acción. Entre tanto, Leo seguía pendiendo de la lámpara, pero al menos en la habitación por fin reinaba el silencio.

Había tierra y pedazos de maceta rota esparcidos por el suelo. Incrédulos, los invitados dividían sus miradas entre el gato que seguía aferrado a la lámpara y el desorden en el suelo.

«Seguramente me ayudarán a bajar de aquí», pensó Leo, pero nunca había visto a su familia tan molesta.

—¡LEEEEOOO! ¿Qué se te metió en el cuerpo hoy? —gritó su padre, luchando por recuperar la compostura—. ¡Mi hermoso arbolito! Lo he estado cultivando por años…

Uno de los invitados sugirió bajar al gato antes de que el techo se viniese abajo.

Todo sucedió muy rápido. Alguien agarró a Leo, lo llevó directamente a la terraza y cerró la puerta de un golpe. Leo se sentó allí petrificado. No fue así como había imaginado que las cosas sucediesen. Era un gato muy bien educado. Nunca antes había pasado la noche afuera. «Cómo fueron capaces de hacerme esto?», se preguntó Leo.

Instintivamente, Leo supo que sin importar cuánto suplicase y rasguñase en la puerta, nada lo ayudaría ahora. Había realmente decepcionado a su familia. Pensó en el concierto gatuno que acontecería esa noche en el patio. Frente a eso, el concierto humano ahora no parecía tan malo después de todo.

«Ojalá les hubiese dejado tener esa habitación. ¿Y si nunca me dejan entrar de nuevo?», se dijo preocupado.

Caminó hacia la pérgola y esperó escondido debajo de una manta. Luego de lo que le pareció ser una eternidad, la puerta se abrió rechinando. «Espero que no sean los otros gatos», pensó inquieto, pero entonces escuchó una voz familiar:

—Leo, ¿dónde estás? —preguntó su mamá.

Estaba muy aliviado. Su familia lo amaba mucho. Ahora estaba muy seguro de eso.

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