El gato Leo y la estrella brillante

El gato Leo y la estrella brillante

Casi era Navidad y la familia de Leo anticipaba recibir muchos invitados. Esto significaba que había más trajín y bullicio en la casa mientras la familia se preparaba para las fiestas.

Leo no se sentía nada bien. Estaba resfriado y necesitaba ser mimado más que nada, pero nadie tenía tiempo. Claro, lo seguían alimentando, pero los constantes estornudos y el malestar arruinaron hasta su apetito, así que se retiró a su tranquilo sitio y trató de sentirse mejor. Recordó que el abuelo Benjamín siempre decía que dormir lo mantenía a uno saludable, y el gato quería apegarse a eso.

A Leo le gustaba mucho cuando la gran familia se reunía. Siempre había mucha alegría, obsequios especiales y mucha atención. Aunque los niños pequeños de vez en cuando molestaban a Leo, era muy agradable cuando sus manitas acariciaban su pelaje. Lo que no le gustaba era cuando a veces lo golpeaban en el ojo o le tiraban de los bigotes.

La peor parte era que persistentemente le tiraban de la cola cuando querían montar a Leo como un caballito. Afortunadamente, Leo era un experto en salvarse a sí mismo saltando al alféizar de su ventana.

Perdido entre recuerdos, Leo se quedó dormido escuchando el trajín y el bullicio.

El abeto decorado relucía en el centro de la habitación. La familia montó la mesa con muchos puestos y la decoró con velas. Todo se veía hermoso.

«Si tan solo desapareciese este resfriado… ¡Miau!», suspiró Leo.

Antes de siquiera darse cuenta, su madre lo despertó suavemente de sus sueños y le rascó el cuello.

—¿Qué te pasa, Leo? ¿No te sientes bien? Ni siquiera has tocado tu plato de comida. ¡Mañana es Navidad y todos ansían verte! —dijo. —Luego tomó la aspiradora y se fue.

«¡Guau! ¿Todos están ansiosos por verme? Bueno, ¡soy un miembro muy importante de la familia!», pensó Leo y habiendo recuperado un poco su apetito, se acercó a su plato de comida.

Al otro día, cuando sonó el timbre de la puerta, Leo fue el primero en saludar a los invitados y frotarse contra las piernas de todos para llamar la atención.

¡Los niños incluso le trajeron regalos! Le regalaron un ratón de plástico para perseguir.

«¡Menos mal que no es de verdad!», pensó él. También recibió una pelota verde con la que los adultos se divirtieron más que él.

«Lo que no sería capaz de hacer por mi familia», se dijo y puso los ojos en blanco.

Después de haber sido saludados y que todos compartieran sus noticias, la paz volvió lentamente a la casa. Todos se sentaron a la mesa grande para disfrutar de una comida que olía maravillosamente. El hermoso árbol navideño y todas las velas crearon un ambiente verdaderamente festivo.

Había algo que Leo estuvo esperando durante todo el año: un trozo de ganso de Navidad.

«¡Mmmm, simplemente delicioso!», se relamió el gato mientras mordisqueaba el ganso. Aun cuando continuaba estornudando, se sentía mucho mejor estando con su familia. «¡Miau, cuán afortunado soy!», se dijo.

Justo entonces, el abuelo Benjamín habló:

—¡Todos somos muy afortunados!

Leo lo miró y entornó los ojos. «¿El abuelo Benjamín puede leer mi mente?», se preguntó.

El abuelo Benjamín continuó diciendo:

—Estamos juntos en esta cálida habitación con una agradable comida en la mesa y todos nos tenemos el uno al otro. ¡Recuerdo una Navidad en la que anhelamos una sala cálida como esta!

Los niños lo miraron con los ojos muy abiertos y le preguntaron:

—¿Por qué, abuelo?

—Bueno, déjenme contarles una historia de Navidad que sucedió hace mucho tiempo —les respondió él.

Ahora, hasta los adultos estaban escuchando atentamente. Todos se trasladaron a la acogedora sala de estar para oir la historia cómodamente. Los niños se acurrucaron con los adultos y Leo se sentó a los pies del abuelo.

—Era un invierno amargamente frío y yo, tan solo un niño pequeño. Fuimos a visitar a nuestros parientes para celebrar la Navidad juntos, tal como lo hacemos hoy —dijo mientras miraba a su familia.

»Vivíamos en un pequeño pueblo y se necesitaba de un trineo grande para llevar los regalos y a nosotros los niños. Estábamos muy entusiasmados por la Navidad y por ver a nuestra familia nuevamente. Pero, a medio camino, el cielo se cubrió repentinamente con grandes nubes oscuras y nos vimos atrapados en una espesa tormenta de nieve. Desde todas las direcciones, el viento nos azotaba la cara con nieve y perdimos el rumbo completamente.

»A nuestro alrededor, no había otra cosa más que bosque y, a medida que oscurecía, empezamos a preocuparnos por los animales salvajes que vivían allí. Creí escuchar un lobo aullando en la distancia, pero no dije nada para que mis hermanos menores no se asustasen.

»Hubo un momento en el que el trineo estuvo totalmente lleno de nieve, por lo que los niños tuvimos que continuar a pie agarrándonos firmemente de él para no desviarnos del camino. Sin saber si íbamos en la dirección correcta, seguimos caminando. Nuestro padre estaba decidido a llegar al pueblo al anochecer porque cada vez hacía más frío.

»“No se rindan”, nos dijeron nuestros padres. Los niños estábamos muy cansados ​​por la larga y extenuante caminata.

»De repente, la tormenta de nieve amainó. Del cielo no cayó ni un solo copo de nieve más.

»Nuestra madre nos puso de nuevo en el trineo, sacudió la nieve de las mantas y nos envolvió con ellas. Luego, en voz bajita le dijo a nuestro padre: “Ahora solo tenemos que encontrar el camino correcto”. Juntos tiraron del trineo a través de la oscuridad con renovadas fuerzas.

»Entonces, sucedió algo mágico. Nosotros, los niños mayores, fuimos los primeros en verlo. Lentamente, más y más lucecitas comenzaron a aparecer delante de nosotros. Cansados, pero alegres, las seguimos hasta un lugar seguro.

»—¿De dónde provienen? —preguntó nuestro padre. 

»—Ya casi es Nochebuena. ¡Debe ser un milagro! —le respondió nuestra madre.

»Comenzamos a ver el contorno del bosque y todos los animales estaban ahí, pacíficamente parados. Había un lobo, un par de zorros, una familia de liebres y muchos ciervos. Los pájaros carpinteros y las lechuzas estaban sentados en los árboles. Todos miraban hacia el cielo, tal como lo hacíamos nosotros, y estaban quietos como ratones. El cielo despejado estaba lleno de estrellas, con una que brillaba más que las demás.

»Nuestros padres estaban tan aliviados de saber que estábamos en el camino correcto que detuvimos el trineo y compartimos nuestros suministros con los animales que nos rodeaban.

»Después, comenzamos a ver que, moviéndose a través de la nieve profunda, había personas con antorchas aproximándose hacia nosotros. Nuestros parientes se habían enterado de la tormenta de nieve y se habían dispuesto a buscarnos.

»Muchos aldeanos se habían unido para ayudar. Con alegría, todos nos abrazamos, regocijándonos por estar a salvo y luego, gritando, nuestros familiares exclamaron: “¡Ahora, vamos a nuestra cálida sala para celebrar la Navidad!”.

A Leo, la historia le pareció inspiradora. ¡Nunca antes había oído una historia así! Tantas cosas cruzaban su mente.

«No puedo imaginar lo que hubiese hecho de haberme quedado afuera en el frío. Bastante es que me asustan los ruidos que escucho provenientes de nuestro jardín», pensó.

De repente, Leo sintió la necesidad de también hacer algo por los animales. «Pero ¿qué?», se cuestionó.

Inesperadamente, el niño más pequeño preguntó: «Abuelo, ¿también aquí puedes ver la estrella brillante?».

—Vayamos a la ventana —dijo él—. ¡Si creemos en milagros, puede que tengamos suerte!

Leo fue el primero en llegar al alféizar de la ventana. Había mirado la luna mil veces anteriormente, pero ahora buscaba la estrella más brillante.

—¡Miaaaaau! ¡Miaaau!

—¡Creo que Leo vio la estrella! —gritó uno de los niños mientras corría hacia el gato.

—¡Yo también puedo verla! —dijo otro de ellos.

—¡Y también yo! —comenzaron todos a gritar.

—Si alguna vez no pueden ver la estrella, probablemente es porque está escondida entre las nubes —dijo el abuelo Benjamín.

Todos coincidieron en que la historia del abuelo Benjamín era maravillosa. El abuelo se sentó en una butaca y miró a su familia cariñosamente.

—Ahora es el momento de los regalos. ¡Vayan a ver debajo del árbol de Navidad! —dijo.

Todos corrieron hacia el árbol.

—¡Leo, ese es para ti! —dijo el abuelo Benjamín.

Antes de desenvolver su regalo, Leo recordó que quería hacer algo lindo por los animales del jardín.

«Empezaré mañana a primera hora. El taller está en el sótano, así que tan pronto como todos se hayan ido, construiré una pajarera para que los pájaros de nuestro jardín lo pasen igual de bien como la paso yo aquí con mi familia», pensó Leo.

Satisfecho con su plan, comenzó a desenvolver su regalo.

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