
En general, Leo era un gato feliz. A veces se aburría un poco, pero amaba mucho a su familia y, por fortuna, le dieron mucha libertad.
En especial, le gustaba descansar en el alféizar de la ventana, dejando que los rayos del sol mañanero lo calentaran. Ahí estaba ahora, echando una siesta cómodamente y suavemente ronroneando.
«Esta es una gran forma de pasar la mañana», pensó, considerando qué hacer con el resto del día. Esperaba no ser molestado.
Ayer, su familia había estado muy ocupada. Aunque había sido fin de semana, habían espontáneamente decidido hacer una limpieza general.
Leo había pensado que todo estaba bien como estaba, pero los humanos a veces tienen ideas raras. Como gato, no había nada que él pudiese hacer para hacerles cambiar de opinión.
Empezaron con todas las ventanas. Luego, movieron todos los muebles y aspiraron cada rincón. Limpiaron todas las superficies, pero no volvieron a colocar las cosas en su lugar.
Enrollaron las alfombras y las llevaron afuera para sacudirlas. Habían usado equipos de limpieza tan ruidosos que era casi insoportable. Sin importar dónde Leo tratase de meterse, siempre estaba en el camino de alguien.
—¡Fuera de mi camino, Leo! —había dicho su hermano.
A lo que Leo se apartó, alguien más tropezó con él. ¡Solo había estado buscando un poco de atención!
Al final, Leo se metió en el armario para escapar del caos. En realidad, no le estaba permitido entrar en el armario, pero nadie se había dado cuenta con todo el ajetreo y el bullicio. Miró todas las chaquetas, camisas, pantalones y otras prendas de vestir que estaban cuidadosamente alineadas en perchas o apiladas en las repisas.
Como no se había sentido realmente somnoliento, comenzó a detallarlos. Un suéter a rayas había llamado especialmente su atención, y fue atraído por sus colores brillantes.
Si tuviese un suéter como ese, pensó, no estaría siempre vestido de gris y blanco, y podría dejar de preocuparse de que su pelaje fuese demasiado aburrido.
—Un poco de color me vendría bien —dijo Leo, después de haber estado admirando las rayas rojas, azules, amarillas y verdes del suéter—. ¡Este es exactamente el tipo de suéter que necesito!
Sácandolo cuidadosamente del armario, se lo probó frente al espejo.
—¡Oh! ¡Es enorme! —se quejó Leo, al enredarse en las largas mangas aun cuando se había parado sobre sus dos patas frente al espejo—. Es demasiado grande. Es como estar dentro de un saco. ¡Necesito un suéter de mi talla!
Leo dobló el gran suéter y lo volvió a guardar en el armario. Había comenzado a imaginar a la gente admirándolo al caminar con tan brillantes colores. «¿Por qué no se me habrá ocurrido eso antes?», pensó.
Leo había vuelto a salir del armario para empezar a planificar e iba hacia la sala. Afortunadamente, su familia finalmente había terminado de limpiar y todos estaban sentados calladamente en el sofá frente al televisor.
Leo los escuchó llamarlo. «Bueno, hasta que por fin me extrañaron…», pensó.
—¿Dónde estuviste todo este tiempo? —le preguntó su mamá.
Todos se turnaron para acariciarlo mientras pasaba.
A la mañana siguiente, todos salieron de la casa para ocuparse de sus asuntos habituales.
—Adiós Leo, nos vemos esta noche. ¡No te metas en problemas! —le dijo mamá antes de cerrar la puerta.
Ahora, Leo realmente podría concentrarse en planificar su nuevo suéter. Estas cosas toman tiempo. Tenía mucho que pensar, así que se fue a su lugar favorito: el alféizar de la ventana.
Estaba a punto de quedarse dormido cuando de repente sintió un tic en la nariz. Lo tocó con la pata, pero el cosquilleo se trasladó a su frente, luego a su oído y de vuelta a su nariz una vez más.
Leo pestañeó, pero no pudo ver nada. Después, miró hacia arriba y vio una pequeña araña balanceándose de un lado al otro en un hilo, flotando justo por encima de su cabeza.
Esto le dio a Leo una idea genial.
—Eres una araña, ¿verdad? —pidiéndole a la pequeña araña que se lo asegurara.
—Este… ¡Sí! —respondió ella, algo entretenida.
—Dime, ¿cómo te las arreglas para colgar del aire tan fácilmente?
—Bueno, es muy fácil —dijo la arañita—. Tejo un hilo muy fuerte y con él puedo luego bajar o volver a subir.
—¡Eso es grandioso! —exclamó Leo—. ¿Puedes hacer más de un hilo?
—¿Por qué tantas preguntas? —replicó.
—Bueno, me preguntaba si también serías capaz de tejer. —Leo le contó sobre su sueño de hacer un colorido suéter a rayas.
Corriendo hacia la canasta del tejido donde había muchos ovillos de lanas coloridas, Leo se los mostró a la arañita.
—¿Puedes ayudarme a tejer un suéter?
La pequeña araña no pudo negarse: «¡Nunca he tejido antes, pero lo intentaré!».
Se puso a trabajar y Leo, entusiasmadamente, la ayudó enrollando los ovillos de lana y determinando la secuencia de colores: una raya roja, luego una amarilla. Una franja azul y luego una verde.
Con sus ocho patas, la araña tejía hábilmente con la lana.
—¡Listo! Ahora que has visto cómo se hace, ¿por qué no lo intentas tú? —le dijo a Leo.
Leo empezó el patrón, pero la lana se le seguía enredando en las patas. Entonces recordó cómo su mamá usaba dos agujas largas de tejido. ¡Tal vez eso funcionase!
Sacó las agujas de la cesta y empezó a tejer. Bajo la instrucción de la pequeña araña, por supuesto.
¡Realmente funcionó! Fue un trabajo arduo, pero podía ver cómo progresaba.
—¡Ay! ¡Estas agujas son puntiagudas! —se quejó Leo.
Tomó descansos para ver si el suéter le quedaba bien. La arañita le hacía cosquillas cada vez que se arrastraba alrededor de su torso para tomarle las medidas.
Ambos tejían juntos ahora. Leo trabajaba en la espalda del suéter en tanto que la pequeña araña estaba por terminar las mangas. Durante la prueba final, Leo se miró en el espejo. Estaba más feliz de lo que había estado en mucho tiempo. Pensó que se veía maravilloso con el suéter. La pequeña araña le dijo que se había divertido mucho ayudando con tan inusual actividad.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Leo. —Se acordó de preguntar justo a tiempo.
—Todos me llaman Zoe —dijo y desapareció en su hilo de seda.
—¡Podríamos hacer nuevamente algo juntos en algún otro momento! —gritó Leo, pero Zoe ya se había ido.
Leo aún tenía mucho que hacer antes de que su familia regresara a casa. Rápidamente recogió todo, y guardó tanto la lana restante como las agujas de tejer en la cesta de las lanas. Metió el nuevo suéter en su cama para guardarlo para una ocasión especial.
Cuando la familia regresó a casa, Leo se encontraba en su cama extenuado por tan emocionante día. Como de costumbre, la familia lo saludó felizmente con muchas caricias.
—¡Leo, te ves exhausto! ¡Y tus patas se ven bastante ásperas! ¿Qué estuviste haciendo?
«Miau», fue todo lo que Leo atinó a decir.
Una vez que todos se sentaron en el sofá y se pusieron cómodos, la mamá de Leo tomó la canasta del tejido para continuar trabajando en su bufanda.
—Que extraño —dijo—. ¿Dónde está toda la lana?
Leo no dijo ni pío. Sonrió para sí, pensando en su hermoso suéter mientras se dormía.