
Ocurría cada noche. Emilio sabía que su madre lo emplazaría en un rato. Se escuchaba de esta forma: «Emilio, es hora. Ya jugaste lo suficiente. ¡Tus dientes están esperando a que los cepilles!».
A Emilio no le gustaba cepillarse los dientes en lo más mínimo, prefiriendo seguir jugando con sus bloques de construcción o mirar su libro ilustrado.
Pero un día eso cambió. Repentinamente, al darle un gran mordisco a una manzana, uno de sus dientes se quedó clavado. El nerviosismo fue tremendo.
«¿Qué le pasó a mi diente? Ahora tengo un hueco. ¿Me saldrá uno nuevo?», pensó Emilio preocupado.
Por suerte, su mamá fue capaz de calmarlo. Le explicó que le crecería un diente más grande y fuerte, y que se mantendría por siempre. Claro, siempre y cuando se cepillase correctamente.
—¡Si quieres, puedes mostrarle el diente de leche al hada de los dientes! —le dijo su madre.
—¿Cuál hada? ¿Y qué hará con mi diente? —Emilio tenía curiosidad por saber, pero su mamá solo le dijo que tuviera paciencia y lo descubriera por sí mismo.
Dado lo cual, Emilio decidió partir con su diente de leche, poniéndolo en una cajita junto a la ventana antes de acostarse. Luego, se metió en la cama y esperó. Había decidido permanecer despierto hasta poder ver a la pequeñahada.
«Me pregunto qué aspecto tiene y cómo entrará en mi habitación», cavilaba Emilio. Cuantas más interrogantes tenía, más se cansaba.
Al cabo del rato, cayó en un sueño profundo y estuvo totalmente dormido para cuando llegó el hada. Al despertar, el diente ya no estaba. En su lugar, había una pequeña nota en la caja.
—¡Mamá, mi diente de leche ya no está, pero hay una nota! —exclamó emocionado al día siguiente.
Su madre vino corriendo y se la leyó:
«Querido Emilio, soy el hada de los dientes y anoche encontré tu diente de leche. Gracias por este maravilloso diente. El primero es siempre el más preciado. Yo también quiero darte algo. Recuerda bien lo que te escribo. ¿Ves todas esas estrellas en el cielo nocturno? Quisiera llevarme cada uno de tus dientes de leche hasta allá, pero para que eso ocurra, ellos deben brillar y así asegurar que las estrellas continúen destellando. Por eso, siempre límpia bien y con cuidado tus dientes, y pon en la cómoda los que se te cayeron. ¡A cambio, te daré sueños de las aventuras más emocionantes que puedas imaginar! Inténtalo.»
Emilio apenas podía esperar a perder su próximo diente. Pero hasta entonces, claro está, sus dientes tenían que relucir. Todas las noches miraba por la ventana y veía las estrellas brillando en el cielo.